Date al Encuentro

Había dos puntos buscándose desde dos orillas distantes. A ninguno se le ocurrió salir al océano a hacer el encuentro. Cuando se vieron, después de que el tiempo uniese las costas, un punto preguntó al otro: “¿dónde estuviste, por qué no viniste, por qué no intentaste comunicarte por lo menos? “Lo mismo digo” dijo el otro punto, “estaba en mi orilla pensando en que tú ibas a venir a mi encuentro”.
Así esta el mundo, todos soñamos o deseamos o buscamos cosas que nos gustaría que se resolvieran desde los demás, incluso esperamos que algo o alguien nos brinde la suerte, nos haga sentir el gozo, e incluso, algunos, llegamos a esperar por un milagro del más allá.
“El océano era gigante y profundo, podría haberme perdido o ahogado”, se justificaron los puntos. Qué pena, el océano los engañó con sus olas y profundidades, fueron víctimas de la apariencia, claro, sólo podían ver aquello que reconocen en sí mismos, el miedo, la espera, el soñar con ciegas esperanzas.
“igualmente al fin y al cabo el tiempo nos acercó al unir las costas”, se volvieron a justificar. El tiempo no los reunió, los mantuvo distantes en la misma orilla, si hubieran caído al océano, el propio océano los hubiera mantenido juntos, cubiertos por su manto. Cuando una cosa cae al océano, ya es parte del agua, sea en cualquier extremo de ella. Sin embargo, en la arena, las piedritas no absorben nada, se mantienen al margen sin dar lugar al encuentro, y por eso han de romperse hasta hacerse agua.
No nos unimos por estar espacialmente cerca, ya que el espacio no determina la unidad, por eso se llama espacio, siempre está falto para que algo lo ocupe, sea cercano o lejano, el espacio no tiene fin. Es el hecho de compartir la misma vivencia lo que nos hace hermanos, es el dejar de ser puntos separados buscándonos unos a otros desde nuestros infinitos enfoques, y vivir el encuentro desde lo que no somos, ya que lo que no somos no tiene búsqueda, tiene encuentro.